sábado, 4 de febrero de 2017

Capítulo 23: El momento incierto antes del reencuentro

   El cielo era gris y el viento soplaba con violencia. Frente a él, la figura de un muchacho rubio y corpulento que contemplaba arrodillado y con impotencia sus manos desnudas, totalmente ajeno a la presencia del extraño joven que tenía delante. Jack se fijó más en él, después de comprender que, de algún modo, había regresado a Arendelle. Era el chico que viajaba con Anna tiempo atrás, y en su dedo meñique ahora descansaba el anillo de invocación que Jack había confiado a Elsa. ¿Dónde estaba ella? ¿Qué había ocurrido? Miró a su alrededor y contempló horrorizado las ruinas que decoraban el escenario en el que se encontraban. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Qué hacía ahí solo ese chico? Deseó con todas sus fuerzas que pudiera verle , oírle o simplemente sentir su presencia; y mientras se concentraba en dicho deseo, su mente detectó algo oscuro.
De repente, el montañero gritó con desesperación haciendo que Jack perdiera el rastro de esa presencia que tan bien conocía y hacía tanto que no detectaba. El hombre se puso en pie, cubrió sus manos con los guantes y montó en en trineo. Una vez más le habría gustado poder hablar con él, pero no tenía tiempo de intentarlo: debía encontrar a Sombra.

***
- Te quedarás aquí hasta que considere oportuno – dijo la reina mientras cerraba la puerta de la celda.
- ¡Elsa! - gritó su hermana desde el otro lado,con los ojos bañados en lágrimas -. ¡Elsa, escúchame! Tú no eres así.
La reina le dedicó una mirada escéptica seguida de una media sonrisa burlona.
- ¿Qué sabrás tú de como soy? Ni siquiera me conoces.
- Te conocí una vez ¿no te acuerdas? Cuando jugábamos juntas cada día – la princesa se agarraba firme a los barrotes e inclinaba su cuerpo hacia delante, como tratando de atravesaros -. Escúchame, ahora sé lo que pasó; lo sé todo, no tienes que ocultarlo. Tenías miedo pero sé que podemos arreglar esto y empezar de nuevo, por favor...
- ¡Calla! No tienes ni idea de lo que he pasado.
El rostro de Anna se llenó de furia.
- ¿¡Y tú qué!? ¿¡Acaso te has parado a pensar por lo que he pasado yo!? Abandonada por mi hermana de un día para otro sin ningún tipo de explicación, preguntándome cada día qué había hecho mal, sintiéndome sola y miserable... ¡Tuve que ir sola al entierro de nuestros padres y dar la cara por ti delante de todo el reino! ¿¡Tienes idea de lo que es eso!? ¿¡O descubrir que te han estado mintiendo toda tu vida!? ¿¡Sabes acaso lo que ocurrió cuando saliste corriendo de tu coronación!?
Anna tenía el rostro teñido de rojo. Sus ojos ahogados miraban con pena e ira a su hermana y por sus labios fruncidos resbalaban mucosidad y lágrimas. Elsa la miraba casi con total indiferencia; Lo que decía no iba dirigido a ella, pues la verdadera reina estaba muy lejos de allí, profundamente dormida en su interior.
- Si no vas a guardar silencio tendré que tomar medidas – respondió fríamente.
La princesa no dijo nada. Se limitó a mirar con impotencia a su hermana mayor; ¿Quién le habría dicho que su mayor deseo desde hace años tendría tan nefastas consecuencias?

De pronto, un escalofrío cruzó la mente de Elsa, dejando su mirada perdida en algún punto del espacio. Una media sonrisa seguida de una ligera y desganada carcajada precedieron sus palabras.
- Ha vuelto.
Y abandonó las mazmorras bajo la atenta y desesperad mirada de Anna.

***
La última caja de ropa de verano había sido guardada en el almacén. Al decir verdad la tienda estaba ahora insultantemenete vacía, pero nadie habría esperado que el reino quedara sepultado en nieve en pleno verano, hecho que por otro lado impedía la llegada de cualquier tipo de mercancía a cualquier negocio.
- Muchas gracias, joven – dijo un hombre alto, corpulento y barbudo con un marcado y singular acento acento -. Por favor, tómate un descanso, Oaken se encargará del resto ¿yah?
En realidad no le apetecía descansar, pero aceptó la petición sin rechistar; Se puso su mejor (y actualmente único) abrigo y salió de la tienda para sentarse en el porche, desde donde pudo ver la tenue figura de la ciudad de Arendelle.
Hans había llegado a la tienda (y sauna) de Oaken tas ser expulsado del reino por su prometida, Anna. Todavía le quedaba mucho para dejar atrás los dominios de Arendelle pero tal y como estaban las cosas no podía arriesgarse a continuar a menos que buscara una muerte segura; Pero una cosa tenía clara, y es que a pesar del tormento y la soledad que en ese momento sentía, y que probablemente lo acompañaría durante mucho tiempo, por encima de todo, quería vivir.
Se llevó las manos a la boca para calentarlas un poco con su aliento mientras contemplaba la ciudad y pensaba de nuevo en todo lo que había dejado atrás. Se torturó una y otra vez por haber perdido de ese modo una vida tan perfecta como la que había encontrado por culpa de una carta. Una carta cuyas órdenes no estaba dispuesto a cumplir. Tal vez en un principio la idea fuera tomar el reino desde dentro, pero no podría haberlo hecho: Amaba a Anna, de eso no tenía la menor duda, y estaba más que dispuesto a pasar su vida junto a ella y la nueva familia que habían empezado a construir.
Pensó en su querida princesa de cabellos cobrizos. En esa babilla que colgaba de la comisura de su labio cada mañana, en como sonreía cada vez que se tumbaba en su regazo para acariciarle el cabello, en su cara de felicidad cuando recibió la noticia del embarazo... Y luego se imaginó a su hijo y todo lo que dejaba atrás. Una vida con la que siempre había soñado: Una familia unida y que se amaba.
- <<Si sólo hubiera conseguido traer a Elsa de vuelta... ¡Tenía que haber ido con Anna desde un principio! ¿¡Por qué no la escuché!? ¡Maldita sea!>>.

En medio de esta tortura, la cual ya no era causada por las pesadillas que había sufrido por las noches en Arendelle, si no por su propia conciencia; Pudo distinguir el la penumbra la figura de lo que parecía una mujer. Calló al suelo con brusquedad y Hans se apresuró haca ella.

Era una mujer joven, quizás aún no había cumplido los treinta, el cabello largo y castaño le caía enmarañado por los hombros y su rostro, helado al tacto, vislumbraba un leve tono azulado que revelaba la crítica situación de la muchacha.
Entró corriendo con ella en brazos e improvisó un lugar junto al fuego apilando mantas y otras prendas. Oaken, al verlo, se apresuró a preparar una sopa caliente para cuando la joven despertara.
***
Pararon tras un cúmulo de rocas altas a descansar. Sven estaba agotado y Kristoff no podría reprochárselo: apenas había comido y lo había forzado de sobre manera para llegar lo más rápido posible a las actuales ruinas de la reina, y ahora pretendía hacer lo mismo para regresar a Arendelle.
No. No podría hacerle eso a su amigo.

Ambos se habían acurrucado el uno contra el otro apoyándose contra la roca fría.
- Lo siento mucho Sven – se disculpó. El reno abrió vagamente uno de sus ojos para mirar a su compañero humano y dar a entender que lo había oído, pero en seguida lo cerró de nuevo -. En realidad no tengo ni idea de por qué volvemos a Arendelle. Esa cosa... eso que se llevó a Anna ¿Crees que tendrá algo que ver con su hermana? - miró a Sven como si esperase una respuesta convincente, pero éste no se inmutó . Se frotó las manos y palpó el anillo bajo los guantes -. Si le ha ocurrido algo a ella o a su hijo... no me lo perdonaré nunca. No voy a parar hasta encontrarla Sven; Tú, si lo prefieres, puedes quedarte en las montañas – el joven miró al cielo con tristeza mientras acariciaba a su amigo -. Al fin y al cabo es donde debes estar, y no al lado de un humano tirando de su trineo.
Pero Sven no respondió. Se había quedado dormido.
Kristoff se puso en pie para cubrir al reno con una manta y, acto seguido, preparó un saco con algunas provisiones.
- Cuando todo esto acabe volveré a buscarte. Te lo prometo.

***
La muchacha había recuperado su color original, e incluso sus mejillas se habían sonrojado gracias al calor del fuego que la acompañaba a su vera. Abrió los ojos lentamente. Al principio sólo había manchas de colores, pero pronto sus ojos de acostumbraron a la luz y vio frente a ella a un hombre sonriente y barbudo.
- La muchacha se ha despertado ¿yah? - informó el hombre -. ¿Cómo te encuentras?
- Bien. Gracias – respondió la mujer llevándose las manos a la cabeza tras incorporarse - ¿Dónde estoy?
- En el puesto comercial (y sauna) de Oaken el trotamundos. Una sauna vendría bien ¿yah?
La muchacha iba a contestar que no tenía tiempo para saunas, pero una voz se sumó a la conversación y se giró para ver al emisor, cuya voz le resultaba terriblemente familiar.
- ¿Cómo se encuentra? - preguntó el príncipe con una taza de bebida caliente entre sus manos.
- ¡Alteza! - exclamó la mujer a tiempo que agachaba la cabeza y hacía una reverencia. Pero Hans pareció ignorar el gesto y puso la taza entre las manos de la joven.
- Bebe, te sentará bien. Luego podrás comer algo.
La muchacha se quedó mirando fijamente la leche humeante, reuniendo el valor suficiente para poder hablar.
- ¿Alteza? - preguntó Oaken sorprendido.
- Alteza. No os acordaréis de mí pero soy la cocinera de palacio, sobrina de la doncella de confianza de la princesa Anna – informó la chica -. Se que habéis sido acusado de traición. Desconozco los motivos pero... por favor, tenéis que regresar – dijo al borde del llanto – la reina ha vuelto y está loca ¡Está convirtiendo a todos en estatuas! Y antes de eso el pueblo se rebeló y tomó el palacio por la fuerza – miró al príncipe a los ojos , entre lágrimas -. Por favor. Sois la única esperanza de Arendelle.